En algún momento entre el almuerzo y el fin de la jornada laboral nos encontramos deseando alguna barrita de chocolate o un paquete de papas, un pequeño empuje para acompañarnos a terminar el día. Muchas veces nos aguantamos las ganas de salir corriendo a comprar algo lleno de harinas, grasas o azúcares, y nos quedamos con hambre en el escritorio, diciéndonos a nosotras mismas que solo faltan seis horas para la cena. Y, si bien algunas veces esta táctica funciona, la mayor parte del tiempo no.