Los vehículos autónomos no serán la solución a nuestros problemas

Para los cada vez más entusiastas grupos de ‘tecno-optimistas’ e, incluso, para muchos urbanistas, los vehículos autónomos serán la solución a todos nuestros problemas: desde la congestión del tráfico hasta los altos precios de la vivienda. Por medio de un viaje cómodo, adaptable y sin necesidad de usar las manos, durante el cual las personas podrán ver videos, conversar o acabar otras tareas, la nueva ‘maravilla’ permitirá ensanchar los límites de nuestras ya concurridas áreas metropolitanas y hará posible que cada vez más residentes habiten en zonas periféricas.
Para quienes piensan así, los vehículos sin necesidad de chofer son apenas la más reciente en una larga lista de nuevas tecnologías que nos han permitido escapar a la circunstancia de la geografía y paliar la restricción de la distancia, siguiendo la herencia del carruaje tirado por caballos, el tranvía, el metro, los trenes y el automóvil en sí mismo.
Pero el futuro de los autos autónomos muy probablemente no será como lo pintan.
Esa ilusión de millones de empleados trabajando horas desde sus confortables oficinas sobre ruedas puede resultar embriagadora. Y, por supuesto, es cierto que el deseo de evitar largos periplos por carretera es una de las cosas que ha llevado a que la gente rica, a raudales, regrese a las ciudades durante la última década y media. Pero un vehículo autónomo sigue siendo un auto. Un número creciente de regiones metropolitanas, incluyendo el Área de la Bahía de San Francisco, Washington DC, Filadelfia, Boston, Dallas, Houston, Miami, Atlanta y Toronto han alcanzado ahora el punto físico en que el automóvil dejó de ser ya una tecnología eficaz para mover personas a través de largas distancias. Sin embargo, este es un problema que la nueva tecnología tampoco resolverá.
La ley básica de la congestión del tráfico establece que mientras más carreteras se construyan, más rápidamente se llenarán de autos, sin que por ello varíe el volumen de congestión. Pese a que uno no los conducirá por sí mismo, los vehículos autónomos no serán capaces de superar la realidad de atascos en que hoy día nos vemos envueltos, ni mucho menos la de los accidentes a diario o las rutas imprevistas. Y los más favorecidos económicamente, queriendo evitar esos indeseables trayectos, continuarán usando su dinero para esquivarlos, pagando por vivir en zonas cercanas al centro urbano.
Si bien reducir la duración de los viajes ha incidido en el movimiento de regreso a la ciudad, este no es el único factor –y tampoco el más importante– que ha llevado de vuelta a la gente pudiente a los centros urbanos. Otros dos factores han importado tanto, o más.
Por ejemplo, los así llamados trabajadores del conocimiento se las han ingeniado para volver a la ciudad porque es allí donde están los empleos tecnológicos mejor pagados y más creativos, y donde se articulan mejor sus redes profesionales. Además, está el atractivo propio, muchas veces cultural, que las ciudades ofrecen: museos, vida nocturna, galerías, restaurantes, teatros. De hecho, según varios estudios econométricos, las grandes concentraciones de opciones de esta índole son un factor fundamental para que los más ricos y educados retornen a las ciudades. En este contexto, los vehículos autónomos no modificarán demasiado ninguno de estos factores.
Ralph McLaughlin, economista principal de Trulia, con razón afirma que los autos sin chofer acentuarán la desigualdad geográfica. Pero para él esto sucederá únicamente en tanto la gente rica y los negocios comiencen a radicar en las afueras de las ciudades, al tiempo que los cascos urbanos –supone– pierdan su valor y encanto actuales para, de nueva cuenta, alojar a los grupos más desfavorecidos.
Estoy de acuerdo, totalmente, con el hecho de que los ‘autos del futuro’ exacerbarán las diferencias de espacio físico. Pero el fenómeno para mí ocurrirá de una forma casi exactamente inversa.
Los vehículos autónomos, como se dijo, no alterarán mucho los factores básicos ni las fuerzas que han movido a los más ricos de vuelta a las ciudades. Lo que harán, en cambio, es ‘limpiar’ espacios de la periferia para albergar allí a los grupos y clases de más bajos ingresos. A su vez, habrá disponibilidad de terrenos baratos en las afueras para el desarrollo inmobiliario de bajo costo y, con ello, hacer parecer pan comido los viajes que, jocosamente, los agentes de bienes raíces denominan “ drive ’til you qualify” (es decir, “conduce hasta que clasifiques”).
Antes que utilizados por personas ricas, recolocadas en espacios urbanos periféricos donde se levantarán vastas y lujosas construcciones inmobiliarias, los vehículos autónomos –o, de modo más probable, los autobuses sin chofer- extenderán el rango de acción de los recorridos diarios para obreros, trabajadores de servicios y gente pobre en general. La geografía metropolitana de Estados Unidos se parecerá entonces a aquella de Europa o del mundo desarrollado, con la gente rica concentrada en los terrenos cada vez más apreciados y rodeando el centro de la ciudad, y la gente de bajos ingresos amontonada en suelos más baratos, enclavados en suburbios y zonas periféricas.
Durante décadas anteriores, hemos sido testigos de infinitas predicciones acerca de cómo las nuevas tecnologías aplicadas al transporte, la información o las comunicaciones conducirían a eliminar el martirio de la distancia, el fin de la geografía y un mundo más plano. Pero todas esas predicciones fallaron. El mundo ha demostrado ser indomable. Las llamadas ciudades superestrella se han convertido en centros más prósperos. Y la gente rica ha sabido usar sus recursos para colonizar las áreas próximas al centro más funcionales económicamente y mejor dotadas de servicios.
Los vehículos autónomos, no nos engañemos, no cambiarán este modus vivendi. Al contrario, lo más probable es que agudicen la actual división geográfica.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.