Un proceso migratorio y 30 shots de testosterona: de cómo ella (Isabella) se convirtió en él (Isa)

“Yo me llamo Isa Saturno y los pronombres que uso en español son él/elles y en inglés, he/him and they/them. Es un protocolo que estoy tratando de imponerme yo mismo, incluso hablarme a mí mismo en masculino, que algunas veces es difícil. Lo hago para acostumbrarme, es un protocolo necesario porque tú no sabes por lo que está pasando el otro o cómo se reconoce el otro: el otro se puede ver de una forma que tú interpretas de otra”.
Así, de una manera tan didáctica, se presenta Isa, un venezolano de 32 años que vive en Miami desde julio de 2017 y que el 2 de octubre de 2018 comenzó una terapia de reemplazo hormonal para cambiar de género. En su país era Isabella, una chica lesbiana que estudió letras, era escritora de libros infantiles y trabajaba en el medio cultural. Hoy entiende que lo suyo era algo más que homosexualidad.
“Si a la Isa de nueve años le hubiesen dicho: ¿Tú quieres ser un niño? Probablemente ella hubiese dicho que sí, y probablemente hubiese comenzado un proceso de transición temprano o hubiese habido un manejo de esa identidad de otra manera”, dice.
Recuerda lo afortunado que fue por tener a sus padres: le dejaban vestirse de varón, usar el color azul, disfrazarse de Tortuga Ninja o jugar con GI Joe, aunque también le gustaba mucho Winnie The Pooh. La llegada de la pubertad fue “el golpe de la vida” que le hizo ver que era mujer, cuando desarrolló rasgos femeninos, y comenzó otro juego social. Ya en la adultez tomó las riendas de su existencia y era consciente de su homosexualidad.
Pero aún sentía cierta “incomodidad”, porque a ese rompecabezas que Isa fue armando poco a poco, desde su niñez, le faltaba una pieza: la disforia de género.
“Atrapado en el cuerpo de otro”
En los estándares definidos por la Asociación Profesional Mundial para la Salud del Transgénero (WPATH, en inglés), se refieren a la disforia de género como “molestias o angustias causadas por una discrepancia entre la identidad de género de una persona y el sexo de esa persona asignado al nacer”. Puede comenzar a manifestarse desde muy temprana edad y los señales varían entre un individuo y otro. Es por eso que algunos logran un progreso de transición autodirigido, mientras que otros requieren de una intensa intervención profesional.
La incongruencia de género era considerada un trastorno mental. Sin embargo, en 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) cambió su calificación al capítulo de condición relacionada a la salud sexual; así aparece en la 11° Revisión de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas de Salud. Hay evidencias claras de que no se trata de un trastorno mental y clasificarla de esta manera podía significar un gran estigma para las personas transgénero, según el organismo.
La disforia de Isa siempre estuvo allí, pero no la había reconocido, y comenzó a tomar una forma más definida cuando llegó a Estados Unidos y se dio cuenta de que había otras posibilidades, que muchos hombres transgénero se hacían procedimientos hormonales o tenían una manifestación de género más libre. La migración encendió la chispa y su niño interior dijo: “Ahora sí”.
“Está ese mito de que un trans es una persona atrapada en el cuerpo de otro, y yo no sentía que estaba atrapado en el cuerpo de otro. Yo lo que sentía era que no estaba haciendo lo que tenía que hacer para que mi cuerpo se pareciera a lo que quiero que se parezca”, explica.
Incluso después de haber comenzado a tomar testosterona, en ocasiones, no notaba cambios significativos: “Es como cuando ves una foto y dices: ¿ese soy yo? Yo me veía de otra forma. Eso me pasa mucho. En esa pequeña distorsión, allí es donde opera la disforia”.
Sabe que en cada persona la disforia es diferente. En su caso, es una sensación similar a no verse, no hallarse.
Venezuela: un limbo para la comunidad trans
Las personas transgénero deben recibir hormonas de por vida, sea estrógeno o testosterona, de lo contrario, se revertirán los cambios que han experimentado y volverán a tener el aspecto del género con el que nacieron. Debido a la crisis que atraviesa Venezuela, muchos medicamentos escasean, entre ellos, las hormonas, y muchos amigos de Isa no han podido continuar la terapia o han tenido que recurrir a medidas desesperadas.
En medios locales e internacionales reportan que algunos han optado por usar sustancias no apropiadas o contraindicadas. También que las hormonas se pueden conseguir en $300 dólares en algunos sitios web, sin registro ni control sanitario y que otra alternativa es comprarlas en países cercanos y mandarlas a traer, pero esto solo es posible para quienes tienen poder adquisitivo. Al día de hoy, el salario mínimo en Venezuela equivale a $5.81.
Isa no habría hecho la transición en su país por la falta de a las hormonas, porque no hay leyes que lo apoyen y, además, por la homofobia. Vivía en una suerte de burbuja porque en su entorno su homosexualidad no era mal vista; la burbuja explotó cuando sufrió un episodio de discriminación que trascendió al punto de recibir amenazas y mensajes de odio.
En Estados Unidos, su comunidad aún es vulnerable y no todos los estados cuentan con leyes de protección sólidas. Sin embargo, tiene el a las hormonas y es viable una cirugía de reasignación de género. Cuando decidió hacer la transición solo tuvo que buscar información en internet, hacer una cita con un médico de su estado y, luego de un examen de sangre, le recetaron cipionato de testosterona.
Por tener un seguro de salud que le da la empresa donde trabaja, él solo paga $10 por cada mes de tratamiento. Aunque tampoco se trata de una sustancia cara: la ampolleta cuesta entre $15 y $50, dependiendo de la farmacia.
Debe inyectarse 0.75ml de testosterona cada 15 días. Hasta ahora lleva 30 shots.
Escribir para informar y para entenderse
La transición de género ha sido progresiva. Poco a poco han comenzado a desaparecer los rasgos femeninos para dar paso a la voz gruesa, la espalda ancha, las piernas fuertes y los vellos faciales. El médico de Isa estima que debe pasar cinco años inyectándose para que se complete este proceso de cambios, y luego, de por vida, para mantenerlos.
Cuando comenzó el proceso, hubo un momento en el que el choque hormonal fue tan fuerte que se deprimió, no entendía lo que le pasaba y sentía incertidumbre. Pensó que tenía solo dos opciones: lanzarse en su cama a llorar o darle la vuelta a su situación para que fuese menos traumática. Entonces decidió escribir una columna en la cual ha ido explicando sus diferentes vivencias.
“Estoy muy orgulloso de mi comunidad y de romper con estos estereotipos que ya son como muy ridículos. Disfruto pensar qué voy a escribir en el próximo artículo, qué tema es importante. Y disfruto que está teniendo un impacto chévere, a la gente le gusta, tienen curiosidad y eso me genera como mucha paz”, asegura.
El escritor también ha hecho público su proceso en sus redes sociales, especialmente, en su perfil en Instagram, donde ha mostrado desde las inyecciones hasta los cambios en su cuerpo. Es común que reciba mensajes de sus seguidores y de sus lectores, sea para aclarar alguna duda o para cuestionarlo. Él contesta cada uno de esos mensajes y los valora porque al responder a la gente, muchas veces, también se responde a sí mismo y comprende mejor todo lo que está viviendo.
Su próximo paso es hacer la top surgery, es decir, la cirugía que le permitirá tener pectorales de hombre: una doble mastectomía con reconstrucción del pecho. Sus redes sirvieron para promocionar la campaña de crowdfunding que hizo para recaudar fondos, ya que el procedimiento cuesta $7,000, más unos $3,000 por gastos hospitalarios, y no lo cubre su seguro (pero sí le pueden reembolsar un porcentaje).
Entre la campaña y un estricto plan de ahorro logró reunir el dinero y la operación ya tiene fecha: 9 de enero de 2020, día que espera con gran emoción.
Por ahora, no le interesa hacerse una faloplastia, el procedimiento quirúrgico que le daría un pene. Se siente bien así, al igual que su novia, con quien está saliendo desde hace seis meses y es su primera pareja siendo Isa.
A diferencia de otras personas trans, que necesitan una ruptura con su yo del pasado, Isa no está peleado con Isabella. Se sigue considerando una persona lesbiana, porque no puede borrar 20 años de su sexualidad, y no tiene prisa por hacer un cambio legal de identidad ni por llamarse de otra forma. Isa es una parte de Isabella, el nombre que le pusieron sus padres, a quienes ama, y mantenerlo es una manera de honrarlos.