“Hasta hoy no sé qué pasó”: hispanas que sufren complicaciones durante el parto no reciben explicaciones

La lista de secuelas físicas que sufrió la argentina Gabriela de Sanctis a raíz de las complicaciones de su tercer embarazo abarca una fístula, varias hernias, histerectomía, la eliminación de una trompa, un ovario y otros problemas. Pero las cicatrices más dolorosas son esas que no se detectan a simple vista: las emocionales.
Después de haber tenido dos cesáreas sin mayores contratiempos, jamás imaginó lo que le ocurriría dando a luz a su tercer hijo. A los siete meses de embarazo el obstetra determinó que de Sanctis tenía Placenta Percreta, que ocurre cuando la placenta se adhiere a un órgano lo que supone un embarazo de alto riesgo. “Me dejó a la deriva. Me dijo que no podía atender mi caso y que debía buscar a otro médico más experto en otro hospital sin darme explicación o recomendación alguna”, cuenta a Univision Noticias.
Ni el hecho de hablar inglés con fluidez, ni el gozar de una posición socioeconómica estable jugaron a su favor. Cuando finalmente encontró un doctor que la atendiera en el Jackson Medical Center de Florida, éste no le explicó lo que implicaba este diagnóstico. “Yo fui a mi cesárea como si nada. Jamás me dijo que me podía desangrar o me podía morir. Fuimos al parto como si todo estaba bien”.
Pero no todo lo estuvo. Apenas sacaron al bebé, de Sanctis sufrió una hemorragia que puso en riesgo su vida.
"Mi familia quedó marcada por esta experiencia"
“A mi esposo lo mandaron a la sala de espera. Él y mi mamá pensaron que me había muerto porque durante dos horas nadie salió a explicarles nada”, relata.
Al despertar en cuidados intensivos, desorientada, sola y entubada, ninguna enfermera le dijo qué había pasado con su bebé. Debió esperar a que llegara su esposo para enterarse de que el niño estaba en cuidados intensivos . Cuando acudió a la cita posparto y manifestó que estaba sufriendo de incontinencia urinaria severa, el doctor lo desestimó y atribuyó a depresión posparto, aún cuando en su caso, la placenta se había adherido a la vejiga: “insistían en que todo era mental”.
Meses después, al consultar a un especialista, detectaron que tenía una fístula y le informaron que tenía “un hoyo en la vejiga”.
Lo que le siguió fue una sucesión interminable de cirugías y complicaciones médicas de las que nunca se recuperará del todo. No sabe lo que habría hecho de no haber contado con el apoyo de su mamá y su suegra que tuvieron que ayudarla durante el primer año de su bebé, que hoy ya es un adolescente. Más allá de retrasos en el habla, el niño no tuvo problemas de salud.
“Todos quedamos mal de esta experiencia. Mis otras dos hijas sufrieron muchísimo porque veían cómo me hacía pis, y yo no podía ni siquiera cargar a mi bebé debido a los dolores”, cuenta.
De Sanctis intentó introducir una demanda por mala praxis, pero no encontró un abogado que quisiera llevar el caso. Hoy desea conocer a otras mujeres que hayan pasado por experiencias similares, para al menos no sentirse tan sola. “No hay grupos de apoyo para quienes sufrimos complicaciones después del parto. Es algo que quisiera hacer”.
Casi 13 años después de aquella cesárea, todavía se despierta con pesadillas. “A veces siento que me estoy ahogando. Estoy bajo tratamiento psicológico. Yo sentí que me moría”.
Solo piden una cosa: un trato más humano
Cuando Alma Ramos despertó en cuidados intensivos después de ser sometida a una cesárea de emergencia, nadie le explicó qué había ocurrido con su bebé, ni siquiera si estaba a salvo. “No podía hablar porque estaba entubada. Tuve que esperar horas a que llegara mi esposo para enterarme de que mi hija había sido transferida a otro hospital donde había mejores equipos médicos para atenderla”, cuenta a Univision Noticias.
También pasó horas de angustia en esa solitaria camilla de hospital. Todavía hoy, años después de lo ocurrido, no comprende exactamente qué fue lo que puso en riesgo su vida y la de su hija, una sensación que comparten miles de hispanas que enfrentan complicaciones durante el parto y que echan en falta el haber recibido información oportuna y un trato más humano en el proceso.
20% de las hispanas y de las afroamericanas en EEUU que respondieron la encuesta Listening to Mothers en 2012, reportaron sentirse defraudadas por el trato del personal médico del hospital y lo atribuyen a su raza, etnia, bagaje cultural o lenguaje, lo que claramente contrasta con el 8% de las madres caucásicas que sintieron lo mismo de acuerdo con ese sondeo.
“Cuando una persona hispana o no tiene muchos recursos o educación, muchos doctores la atienden como molestos. No tienen paciencia. Ante mis ojos eso es racismo. Hay poca humanidad en el trato”, explica a Univision Noticias Lourdes Kaman, coordinadora de Mama Sana/Vibrant Woman, una organización sin fines de lucro radicada en Austin que apoya a las madres hispanas y de color en todo lo referido a atención pre y posnatal.
“Yo he estado como doula en partos y he notado la diferencia del trato para con una mamá que habla inglés y una que no. La barrera del idioma afecta mucho”, agrega.
“Nunca me lo dijeron”
Que una madre no disponga de información precisa sobre su cuadro médico, factores de riesgo o diagnóstico supone una amenaza no sólo para su salud, sino también para el niño que lleva en su vientre.
A la hispana, Jenny Reyes, le dio un derrame cerebral a los pocos días de haber tenido una cesárea en 2008. “Me dieron convulsiones y perdí la conciencia. Los doctores le dijeron a mi familia que yo había tenido preeclampsia, pero a mí nadie me informó eso durante todo el embarazo, por eso jamás tuve ninguna precaución”, insiste.
La mayoría de los casos de preeclampsia posparto se manifiestan 48 horas después de dar a luz. Según la Clínica de Mayo, requiere tratamiento inmediato ya que de lo contrario puede ocasionar convulsiones y otras complicaciones graves, como ocurrió en el caso de Reyes.
Un reporte del Maternal Mortality Review Comitee que compila data de 9 estados que usaron un sistema estandarizado de recolección de información para determinar las causas de muertes relacionadas con el embarazo concluyó que 60% de ellas eran prevenibles y que el principal factor que contribuyó a esas muertes estuvo relacionado con el paciente y la familia (falta de información sobre señales de advertencia de cuándo buscar ayuda médica), seguido por errores en el diagnóstico y tratamiento poco efectivo por parte del proveedor.
“Aunque los factores relacionados con el paciente son más comunes, con frecuencia fueron dependientes de los proveedores y de los sistemas de salud”, aclara el reporte que cita como causas frecuentes de muertes asociadas al embarazo la hemorragia, condiciones cardiovasculares, infecciones, preclampsia y salud mental.
En el caso de los hispanos la barrera idiomática puede influir en la comunicación con los médicos, pero muchas veces va más allá, aclara a Univision Noticias el doctor Hani Atrash, quien durante años lideró el equipo de Investigación en Salud Materna e Infantil de los Centros para El Control y Prevención de Enfermedades.
“No se trata únicamente del idioma sino de entender la condición y cómo manejarla o cuándo ir al médico ante la primera señal de una potencial complicación como infección, hemorragia o hipertensión”, dice precisando que no existe data oficial que permita analizar cómo influye la barrera del idioma, o incluso el que la persona viva en áreas rurales distantes de centros de salud.
Hasta hoy, Reyes sufre de ansiedad y otras secuelas. Agradecidas por haber sobrevivido, muchas hispanas como ella se resignan a seguir adelante sin obtener respuestas claras sobre lo ocurrido.
No todas viven para contarlo. Cada año en Estados Unidos entre 700 y 900 mujeres mueren durante el embarazo por causas relacionadas con el parto (muchas de las cuales podrían ser prevenidas), y 65,000 presentan complicaciones que las acercan a la muerte. El peor récord en el mundo desarrollado, tal y como revela una exhaustiva investigación de ProPublica y NPR.
Y las estadísticas reflejan una clara disparidad en el sistema: las afroamericanas tienen cuatro veces más posibilidades de morir que las blancas por complicaciones con el embarazo, mientras o después de dar a luz.
“Las mujeres de color tienden a tener menor a atención médica de calidad que las blancas, sufren de discriminación y experimentan un mayor índice de irrespeto y abuso”, advierte un reporte de la Maternal Task Force, una comisión especializada en estudiar el problema.
Si bien muchas hispanas enfrentan obstáculos similares que las de color en el , la atención médica y el trato que reciben, los índices de mortalidad materna de este grupo racial son menores: 15 por cada 100,000 en promedio.
A este fenómeno se le conoce como la 'Latina Paradox' (Paradoja de las Latinas) y se atribuye a la red de apoyo de familiares y amigos con la que cuentan las hispanas, aunque se ha visto que estos resultados favorables disminuyen en las hispanas de segunda y tercera generación.
Fue con la ayuda su núcleo familiar más cercano que Reyes logró superar la traumática experiencia que vivió.
“Mi familia incluso llegó a demandar al hospital, pero yo lo supe mucho después y no estuve involucrada en el proceso. No quisieron contarme nada porque el médico les advirtió que no podía someterme a ningún tipo de estrés. Por alguna razón, al final cerraron el caso”, dice.
Una inducción que terminó mal
A las doce semanas de embarazo, Alma Ramos fue diagnosticada con diabetes gestacional, por lo que le monitorearon los niveles de glucosa en la sangre y la alimentación durante ese tiempo. La diabetes gestacional afecta en mayor proporción a las hispanas que a otras razas: tienen más de 50% de riesgo de desarrollar diabetes en general durante su vida.
“Todo marchó bien. Nunca me encontraron la presión alta”, cuenta.
Durante la semana 39 su médico decidió que le inducirían el parto para evitar riesgos.
No fue sino hasta ese mismo día en que pautaron el parto, un 16 de enero de 2016, ya en un hospital de Kaiser Permanente en California, que le informaron que su obstetra no estaría presente. “Habíamos acordado que él me atendería. Supuestamente lo transfirieron de hospital, pero nunca nadie me avisó. Quedé desconcertada”, recuerda. Pero, sin muchas opciones al alcance, decidió seguir adelante.
La prepararon, le colocaron el suero, monitorearon sus valores, entre ellos la tensión arterial que estaba normal. A las 8:00 pm las contracciones ocurrían cada minuto. Había entrado en trabajo de parto, pero apenas tenía un centímetro de dilatación, por eso el médico sugirió hacer una cesárea.
Minutos después, mientras su esposo estaba en el baño de la habitación, Ramos sintió un fuerte dolor de cabeza. “Fue como si alguien me abriera la cabeza con las manos como si fueran los gajos de una naranja. Me dolía tanto que empecé a vomitar”.
Las enfermeras decidieron darle unas pastillas, que vomitó de inmediato. “Después, ya dejé de escuchar bien, me empezó un fuerte dolor en el pecho y no podía respirar”. Había que hacer una cesárea de emergencia.
“Cuando íbamos a la sala de parto me hablaban para que no perdiera el conocimiento. La enfermera no escuchaba los latidos del corazón del bebé. A mi esposo no lo dejaron entrar al quirófano. Después, me durmieron toda”, relata.
Es lo último que recuerda antes de despertar en la camilla de cuidados intensivos entubada porque, según se cree, parte del vómito alojado en su garganta le llegó a los pulmones. Todavía hoy no le han dado una explicación concreta.
Aunque los síntomas apuntan a otras causas, ella cuenta que el expediente médico atribuye lo ocurrido a un efecto de la anestesia. “Pero yo ya tenía dificultad respiratoria antes de que me pusieran la anestesia”, asegura.
Ramos estuvo cuatro días en terapia intensiva. “Hasta el día de hoy nadie me ha explicado bien lo que pasó. No sé si hubo un descuido de ellos”, exclama.
Su hija tuvo que ser transferida a otro hospital para recibir mejor atención médica. “No sabían cuánto tiempo estuvo sin oxígeno y la mantuvieron sedada varios días. Nos advirtieron que podía tener secuelas psicomotores o retrasos, pero gracias a Dios hasta ahora ha estado bien en las revisiones periódicas que le hace su neurólogo”.
El saldo de esa experiencia: depresión posparto y una deuda por gastos médicos en el hospital. “Fue una pesadilla de la que aún hoy nos estamos recuperando. Siempre me quedarán los recuerdos dolorosos de esa experiencia”.
Hasta 6% de las madres recién dadas a luz sufre de Síndrome de Estrés Postraumático debido a complicaciones durante el parto según un artículo de ProPública que hace referencia a estudios realizados por Sharon Dekel, profesora asistente de psicología de la Escuela Médica de Harvard.