La “guerra” contra el carbón no se acaba con el desmontaje del Plan de Energía Limpia de Obama

Crédito: Justin Merriman/Getty Images
“La guerra contra el carbon se acabó”, suena como el grito de guerra que daría cualquier activista en favor del desmontaje de regulaciones gubernamentales creadas para hacer de la industria energética una actividad menos dañina al ambiente y que esté convencido de que afecta la supervivencia del negocio.
Pero justas esas fueron las palabras que escogió Scott Pruitt, el de la Agencia de Protección Ambiental del gobierno de EEUU para anunciar el fin del Plan de Energía Limpia, una política heredada de tiempos de Barack Obama que es alabada por los ambientalistas y odiada por muchos industriales.
Ante un grupo de mineros en el estado carbonífero de Kentucky, Pruitt dijo que empezará el desmontaje del plan que creó Obama para, entre otras cosas, reducir las emisiones de gas invernadero que lanzan las plantas operadas con carbón. No es sorpresa, es una promesa que hizo el presidente Donald Trump como parte de su oferta de “Hacer grandioso a EEUU de nuevo”.
Como fiscal general de otro estado productor de energía, Oklahoma, entre 2011 y 2017, Pruitt se sumó a 27 otros estados en demandas antes las cortes para evitar que el gobierno federal pudiera imponer esos criterios, que la industria aseguraba que implicaba un costo excesivo que la ponía en desventaja frente a otras fuentes de energía, sobre todo las renovables que reciben subsidios de Washington.
Pruitt llegó a la jefatura de la EPA y ahora puede revertir esas políticas sin esperar a que los jueces la anulen y de paso presentarlo como una sonora victoria. Son las consecuencias de tener un escéptico al frente a la agencia que debe velar por la protección del ambiente de los efectos generados por la actividad humana.
El argumento desde sus tiempos de fiscal, el mismo que ahora Pruitt plasma en la propuesta que dará a conocer en su totalidad este martes, es que Washington excedió su autoridad al forzar a las plantas que usan carbón tomar medidas que van más allá de sus métodos de producción sobre los que tienen control directo.
Pero más allá del debate sobre la potestad del gobierno federal o hasta la solidez de los argumentos científicos que respaldan las iniciativas para controlar el cambio climático, Pruitt y el resto del gobierno de Trump hacen una simplificación política para explicar a los mineros por qué la economía del sector viene en declive y sus trabajos están desapareciendo.
Y la razón no es una “guerra”, o al menos no una en la que el único contendor sea un gobierno federal "obsesionado" con el medio ambiente, como se afirma desde sectores conservadores.
Carbón, caro y sucio
En 2015 el sector del carbón empleaba unas 98,505 personas, comparado con 127,745 en 2008, al inicio del gobierno de Obama, de acuerdo con datos del Departamento del Trabajo. En 1970 esa cifra era 250,000.
El descenso del empleo en la industria no se debe únicamente a las limitaciones que impuso la Casa Blanca en los últimos años sino a una lógica de negocios, porque mientras en 2008 el carbón era responsable por la generación del 52% de la electricidad del país, siete años después representa solo un tercio, según datos del Departamento de Energía.
Y esa es una tendencia a la baja que continuará, indican los pronósticos.
El carbón no ha podido hacer frente a fuentes de energía más baratas y limpias que compiten en el sector eléctrico, como el petróleo de esquisto o el gas natural, lo que ha llevado a las mineras a buscar mayor rendimiento a través de la mecanización y automatización de procesos, algo a su vez que ha terminado desplazando a los obreros del sector.
Por eso se da la aparente paradoja de que mientras EEUU produce casi un 50% más del carbón que producía en la década de los 40, emplea un octavo del personal.
Desde Pensilvania hasta Kentucky, pasando por Virginia y Virginia Oeste, estados del corazón carbonífero de EEUU que ganó en noviembre Trump gracias en parte a las expectativas que generó de traer de vuelta la vitalidad del sector y con ella los empleos, muchos nostálgicos esperan que el desmontaje de las restricciones ambientales acelere el regreso de los “buenos tiempos” en los que el carbón movía al país.
Pero conocedores de la industria no comparten el mismo entusiasmo, incluso uno de quienes estaría entre los mayores beneficiados de un renacimiento del sector: Robert Murray, jefe ejecutivo de Murray Energy, la mayor empresa carbonera privada de EEUU.
Murray es del grupo que asegura que el presidente Obama le declaró una “guerra al carbón” en la que usó las regulaciones ambientales como arma, pero piensa que con Trump hay un “tiempo políticamente mejor” para la industria, pero no necesariamente los “buenos tiempos” que la Casa Blanca quiere vender.
En el oeste es mejor
También hay un factor geográfico: mientras los estados de las montañas Apalaches del este registran agudas caídas en producción y empleo, las minas del oeste del país, particularmente en Wyoming, han registrado un repunte en los últimos dos años.
Las fuentes en los estados al oeste del río Misisipi requieren un 15% menos de mano de obra para producir la misma tonelada de material. Además, se trata de un mineral más bajo en contenido de sulfuro, lo que lo hace más amigable en términos ambientales.
El análisis que hace la Casa Blanca ignora que ya entre 1975 y 2000, cuando el sector del carbón alcanzó su pico de producción, una industria más productiva y eficiente venía recortando empleos.
Y eso fue mucho antes de que llegara al poder Obama con lo que los conservadores califican como hostiles políticas ambientales.
El inicio de la presidencia del demócrata coincidió con la llamada “revolución del esquisto” en EEUU que hizo caer los costos de producción de petróleo y gas que apenas una década atrás era muy costoso de producir.
De hecho, para fines de 2018 la industria eléctrica planifica aumentar la generación a partir de gas natural en un 8% sobre el nivel de 2016, de acuerdo con datos de la Oficina de Información Energética de EEUU (EIA), siguiendo la tendencia del último lustro de retirar generadores basados en carbón impulsados por una mezcla de eficiencias económicas y regulaciones ambientales.
No hay duda de que la llegada de Donald Trump al poder ha bajado la presión sobre el sector del carbón y que ha habido un repunte en su actividad, incluso con la apertura de algunas minas y la creación de algunas decenas de empleos.
Pero ha sido el leve aumento de los precios del gas natural en los últimos meses y una mayor demanda en China por llamado “carbón metalúrgico” lo que pone a la industria en la perspectiva de un crecimiento del 4.7% para 2017 y 1.5% para el próximo año, de acuerdo con datos de EIA, que indica que solo 1% de ese crecimiento responde a generación eléctrica.
Los ahorros que asegura el uso de gas natural harán que, con o sin las normas de la EPA, el fenómeno continúe, de acuerdo con un informe preparado por la experta en políticas energéticas Susan Tierney para el Analysis Group, una empresa estadounidense de asesoría económica.
“Pese a los desafíos de años recientes, la industria del carbón seguramente tiene muchos más años en los que proveerá sustanciales cantidades de combustible para la economía de EEUU”, escribió Tierney.
La investigadora se basa en los lineamientos del Pronóstico Anual Energético de la EIA publicado a fines de 2016, que indica que “la demanda de carbón puede declinar con el tiempo (desde 2014 al 2040) en vez de experimentar un colapso inmediato en su participación de mercado”
“Es improbable que el carbón regrese a posiciones previas al año 2000, incluso sin el Plan de Energía Limpia. Eso se debe a que las tendencias que ya están moviéndose en la industria apuntan a una menor demanda de carbón en el futuro”, afirma Tierney.