Los 'portales' que están alentando conversaciones reales sobre la policía y la raza

Amar Baksi —un estudiante de Derecho en la Universidad Yale— inauguró el Portals Project (Proyecto de Portales) en 2014 con el fin de conectar a personas que en caso contrario nunca se hubieran conocido. Los ‘portales’ —contenedores de carga pintados de dorado cuyos interiores están revestidos de una alfombra gris— permiten a personas en ciudades en todo el mundo — desde Brooklyn a México DF a Kabul— a comunicarse mediante videoconferencias. Pero no es sólo una publicitada versión offline de Skype: la pantalla llena la mayor parte de una pared y permite a cada participante a ver al otro de pies a cabeza, lo cual los hace sentir como si estuvieran en el mismo cuarto, aunque estén a miles de millas de distancia.
Los portales se colocan en museos, campos de refugiados, parques públicos y dondequiera que la gente se reúne. Los participantes pueden registrarse por adelantado o simplemente pasar por el portal para charlar. Los emparejamientos varían: un portal en Washington DC quizás se conecte con Kigali, en Ruanda, durante dos horas en la mañana y con El Progreso, en Honduras, durante dos horas en la tarde.
Recientemente, dos investigadoras de Yale —la politóloga Vesla Weaver y Tracey Meares, una profesora de Derecho— pensaron que los portales se deberían usar para otro propósito: facilitar discusiones sobre el patrullaje policíaco y el encarcelamiento entre las comunidades negras y latinas de bajos ingresos en las ciudades estadounidenses. Después de que Michael Brown muriera en manos de la policía, según expresa Meares, “estábamos frustrados con que los periodistas seguían diciendo ‘esto es lo que la gente en Ferguson está diciendo del tiroteo’, sin realmente conocer o estudiar de manera sistemática a las personas que viven en esos lugares”.
Con la bendición de Bakshi, Weaver y Meares se embarcaron en un proyecto que al final producirá transcripciones de 2,000 conversaciones grabadas que se dieron entre residentes de Milwaukee, Chicago, Los Ángeles y Baltimore. Las ubicaciones de portales incluyen el barrio de Bronzeville, en Chicago, y el barrio de Amani, en Milwaukee, el cual queda en el 53206, el código postal con el índice más alto de encarcelamiento en el país.
Los portales son istrados por ‘curadores’ con vínculos de hace mucho tiempo con las comunidades. Normalmente los participantes se enteran de los portales de boca en boca. Llegan al azar, llenan una encuesta breve sobre su raza, su nivel de confianza en la policía y las experiencias sobre ser detenido por ésta. Después participan en una discusión de veinte minutos sobre la pregunta: “¿Cómo te sientes con respecto a la policía en tu comunidad?”.
Weaver está analizando las primeras 250 conversaciones. Los datos del estudio ya revelan cifras solemnizadoras: alrededor de la mitad de los participantes de Chicago, Baltimore y Milwaukee reportan haber sido detenido por la policía más de siete veces en sus vidas. En las discusiones, con frecuencia la gente habla de su ‘experiencia de bautizo’, es decir, la primera vez en que fueron detenidos, cacheados o esposados. El ‘bautizo’ para algunos ocurrió tan temprano como los 7 años de edad y le sucedió a la mayoría antes de que cumplieran 15 años.
“Yo siempre he sido una muchacha de figura robusta”, dijo una participante de Milwaukee, entre las conversaciones citadas por los expertos. “La policía me detenía cuando estaba caminando con mis amigos de noche. ‘¿Eres una prostituta?’ Me hacían preguntas así. Yo era una niña de 13 años en aquel tiempo”.
“La primera vez que me encarcelaron, hombre, y metido en una celda, yo tenía ocho años. Estaba en el segundo grado”, explicó un participante de Chicago. “Y después de eso, hermano, yo tenía como 10, 11, 12, 13, en cada una de esas edades la policía me llamó. […] Me recogían y me dejaban en el otro lado de las vías”.
Con frecuencia los participantes también discuten cómo la policía o el estado se están beneficiando a nivel financiero de patrullar y encarcelar a sus comunidades y cómo esto es una forma de esclavitud moderna. Estos extractos de conversiones entre residentes de Milwaukee, Chicago y Newark (donde se llevó a cabo un estudio piloto) revelan las siguientes creencias:
“A muchos de estos departamentos policíacos y sistemas de justicia criminal sólo les preocupa el dinero, los dólares y eso. Les gusta invertir en prisiones privadas y ganar dinero de las personas arrestadas en lugar de regresarlos a la comunidad en un camino positivo”.
“Entonces la policía se diseñó para proteger a los ricos y su dinero, ¿entiendes? Y para eso fue diseñada la policía”, dice otra persona. “Y la esclavitud, esa como que tiene un giro sobre controlar sus bienes, ¿no? Y esa filosofía que usaron para controlarnos como esclavos es la filosofía sobre la cual todos los departamentos policíacos están construidos”.
Weaver dice que la investigación es única a nivel académico en que pocos proyectos toman en cuenta a las personas en áreas con altos índices de encarcelamiento. Los que sí lo hacen normalmente son etnografías que se limitan a una ciudad. “La tecnología nos permite escuchar a la gente en una escala amplia en muchas ciudades”, dice. “Nos permite observar patrones”. El proyecto también rompe con la tradición académica al no depender de encuestas para determinar la opinión pública. Con tal enfoque, un investigador le pregunta a una persona un grupo de preguntas predeterminadas y, por ende, se limitan las respuestas y posiblemente los hallazgos.
Si bien patrones están emergiendo a lo largo de ciudades, las experiencias que son específicas de cada ciudad también son evidentes. Weaver nota que los participantes de Milwaukee dicen que la policía —en encuentros con los residentes de la comunidad— oculta sus cámaras del tablero al elevar los capós de sus autos. En Baltimore, mucha discusión se centra en Freddie Gray y el matrato que habría recibido camino a la estación de policía, ya que muchos piensan que esto fue lo que lo mató.
El proyecto alienta a los que tienen las charlas a que se unan mediante sus experiencias compartidas. Esto resulta particularmente importante dado otro tema que surge repetidamente en las discusiones: el de divisiones entre comunidades y cómo una falta de conexión ayuda a perpetuar la violencia contra ellas.
“Literalmente nadie quiere conectar porque nos tenemos miedo mutuamente (…) No nos estamos manteniendo unidos como una comunidad negra, hombre”, dijo un residente de Milwaukee. “Yo personalmente soy antisocial por mi propio bien. Nadie me va a lastimar si estoy solo, pero si estoy con un grupo de personas, 9 veces de cada 10, alguien se te va a detener al lado (…) cuando estás con un grupo de personas, te conviertes en un sospechoso…”
“Nuestra juventud está tan divida. Siempre se están balaceando y se están matando, entonces estamos tan divididos que es fácil atacarlos”, dijo otro participante.
Para Meares y Weaver, la idea es que las conversaciones —al crear una narrativa desde las bases abajo hasta arriba— quizás puedan investir de poder a estos residentes. “Al hacer que la discusión de nuestra nación sobre la justicia criminal sea más informada a través de las personas que son afectadas directamente, tiene el potencial de afectar al discurso político más general”, dice Weaver.
Los portales también tienen un papel más alegre como espacios de reuniones. Los curadores usan a estos y a los espacios que los rodean para eventos como torneos de ajedrez, competencias de poesía y barbacoas. “La comunidad llega a verlos como algo suyo”, dice Weaver.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.