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Por qué en EEUU están obsesionados con los cascos para ciclistas

Obligar a los ciclistas a usarlos no está disminuyendo las tasas de accidentes y en países donde no se usan hay menos muertes de ciclistas. ¿La clave, entonces? Una mejor infraestructura.
14 Mar 2018 – 04:16 PM EDT
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Tres ciclistas se trasladan por las calles de San Francisco, California. Crédito: Justin Sullivan/Getty Images

Por mucho tiempo, los ciclistas en Estados Unidos se han enfrentado a una paradoja: a pesar de que el índice de uso de cascos es uno de los más altos del mundo, también figuran entre los que más accidentes fatales sufren en el planeta. Y aunque no hay dudas de que las autoridades urbanas invierten bastante tiempo abordando los beneficios de seguridad de los mismos, ¿no será la forma en que lo hacen la que esté haciendo que el mensaje no llegue como debería?

Esa, al menos, es la pregunta que se hizo en un estudio reciente el geógrafo, de la Universidad de Heidelberg: existe mucha evidencia de que l os cascos no son determinantes en la prevención de lesiones y muertes. Países como Dinamarca y Alemania, donde muy pocos practicantes los portan, han demostrado que construir infraestructura específica para bicicletas, limitando la velocidad de los autos, y seduciendo a cada vez más ciclistas (el “ efecto estadístico de seguridad”) son las vías más efectivas de afrontar el asunto. Pero dado que los cascos, desde luego, evitan lesiones, y es fácil y barato que una ciudad lo diga y lo repita, entonces las autoridades se concentran en hablar de los cascos. De ahí que Culver analizara cómo se transmite ese mensaje y por qué no está funcionando.

“Estamos obsesionados con los cascos, pero hemos zafado en cierta forma del verdadero problema”, acotó Culver. “El verdadero problema es que los coches están impactando a los ciclistas”.

El estudio inicia describiendo la discrepancia entre el uso de cascos y la seguridad en bici. En 2012, se creía que el 29% de los ciclistas estadounidenses adultos siempre portaba un casco, si bien otro 15% lo hacía ocasionalmente. En comparación, solo un 1% de ciclistas los usa en Holanda. Sin embargo, la tasa de muerte aquí para ciclistas es cuatro veces superior que en los Países Bajos, y tres veces más alta que en Alemania y Dinamarca, países donde sus ciclistas utilizan sustancialmente menos este implemento de protección. Además, en los años recientes, estas naciones han sido testigos de una innegable mejoría en la seguridad de sus ciclistas. De 1980 a 2008, esta terna de países europeos vio cómo el número de muertes en bici se reducía entre un 60% y 80%. Estados Unidos, en cambio, experimentó una reducción de apenas el 10% durante el mismo período.

“Solucionar este problema es muy fácil: pasa por construir más infraestructura para bicicletas en todos lados y, por supuesto, tomárselo en serio”.


La insistencia en el casco de este lado del Atlántico, pese a su aparente ineficacia, pudiera estar ligada a cuán involucrado está el discurso oficial en el tema. Como el vínculo entre llevar un casco y la seguridad es reiterado y reforzado constantemente por las autoridades, se torna “parte del sentido común no cuestionarnos nunca y no pensar en que podría ser de otra forma”, remató Culver.

El estudioso analizó las secciones especializadas en ciclismo de los sitios web oficiales de 25 urbes estadounidenses. La pesquisa incluyó los centros urbanos de las 12 principales áreas metropolitanas de la nación, así como 13 ciudades adicionales elegidas para dotar de diversidad regional a la muestra. De esas 25 ciudades, 24 incluían información sobre cascos. (Con todo y que no realizó un análisis comparativo, Culver se percató de que ninguno de los sitios web en Alemania decía media palabra sobre yelmos).

No obstante, algunas de las urbes parecen promover el uso de cascos de manera más constructiva que otras. Culver, haciendo las veces de lingüista, identificó cuatro tonos en el discurso oficial sobre los cascos: la sugerencia, la incitación, la reprimenda y la amenaza de violencia. Los últimos dos podrían generar el efecto de desalentar la práctica ciclística, haciéndola parecer más peligrosa de lo que es, y estigmatizando a aquellos que pasan de los cascos. “Si solo oyes hablar de peligro, entonces, eventualmente, tendrás el peligro en tu cabeza, por lo que quizá no quieras aventurarte a montar bicicleta”, añadió Culver.

Un ejemplo, particularmente indignante, proviene de Phoenix, cuyo sitio web incluye una serie de novelas gráficas sobre la seguridad en bicicleta, la primera de las cuales va de la importancia de portar un casco. Historia horripilante, por lo demás, como lo demuestra la portada del siguiente cómic:


Si bien pocas ciudades principales exigen actualmente el llevar cascos, un grupo importante de urbes examinadas parece no dejar otra salida al ciclista. En el sitio web de preguntas frecuentes sobre bicicletas en Filadelfia, la respuesta a la pregunta ¿Necesito realmente portar un casco? fue: Sí. Todo el mundo debería ponerse uno en cada salida, sin importar lo breve que sea el viaje.

El abordaje de los cascos en estos documentos oficiales puede, a su vez, agravar los estereotipos relacionados con la apariencia de un ciclista. Algunas urbes “pintan” a los ciclistas aficionados, básicamente, como seres ataviados con lycra –una idea que ni es alcanzable económicamente para muchos ni llama en especial la atención de la mayoría de los residentes urbanos. Otras ciudades, en cambio, representan a los ciclistas como sujetos de varias razas y géneros, vestidos en ropa de calle, ya sea con o sin cascos. Culver pone el ejemplo de Minneapolis como uno de representación positiva.


Al póster de Minneapolis le sirve aquello de que una golondrina no hace verano. Si bien su mensaje enfatiza en la responsabilidad colectiva, la forma en que las ciudades se refieren a los cascos a menudo tiene el efecto de recordarles a los ciclistas la obligación de su seguridad. Pero, en realidad, o tras medidas sistémicas podrían ayudar mucho más. “Solucionar este problema es muy fácil: pasa por construir más infraestructura para bicicletas en todos lados y, por supuesto, por tomárselo en serio… Es fácil de hacer, tecnológicamente hablando, aunque en términos políticos y culturales requiere, sobre todo, voluntad”.

Por otro lado, castigar a quienes no usen cascos es barato, y pavimenta el camino para una menor resistencia política al reforzamiento de un estatus quo centrado en el auto. Esta renuncia a la responsabilidad por parte del gobierno es “como si debatiéramos que la mejor forma de reducir la violencia armada, por parte de la ciudadanía, fuera llevando un chaleco antibalas”, indicó Culver en su estudio.

Más allá de la metáfora, hay otras razones por las cuales el lenguaje en torno a los cascos no tiene nada de ingenuo y cobra particular relevancia hoy día. Sean los sistemas de bicicletas públicas –con o sin estacionamientos– propicios o no a llevar cascos, sí han demostrado ser más seguros que las bicicletas tradicionales, quizá debido a su capacidad para producir el efecto estadístico de seguridad. La creciente popularidad de estas modernas tecnologías ciclísticas pudiera estar supeditada a la continua normalización de andar sin casco. Si es que nos abocamos a una revolución de la práctica del ciclismo en Estados Unidos, entonces autoridades, activistas y planificadores necesitarán cuidar sus palabras.

Este artículo fue originalmente publicado en inglés en CityLab.com

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