Vicente Fernández, la estrella que no se apagará mientras no dejen de aplaudir
En el escenario era respetuoso con su público, lograba una empatía espectacular con los asistentes. Posaba para las fotos, bebía coñac y tequila a boca de botella y, mientras no dejaran de aplaudirle ,él no dejaba de cantar: epígrafe perfecto para sus presentaciones, pronunciado por el propio Vicente Fernández por primera vez en el Palenque de León, hace más de 40 años.
La primera vez que lo vi lanzaba el disco 'La Diferencia' en 1980, en el Mesón del Caballo Bayo, un restaurante mexicano por el rumbo del hipódromo en la Ciudad de México. Ya era la estrella que interpretaba 'De qué manera te olvido', y en ese disco cantaba por primera vez una canción de Juan Gabriel: 'La diferencia'.
Siempre amable, sonriente y con un aroma muy particular. Olía bien, era atento y la máxima estrella de la música mexicana; el cuarto ídolo después de Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís; éste último, su máxima inspiración, quien le cedió el paso para entrar en la cima de los cantantes en México.
La muerte de Javier Solís, aquel 19 de abril de 1966, fue el banderazo de salida para que Vicente Fernández grabara su primer disco dos años después, por iniciativa de un ejecutivo de la CBS que lo bautizó como 'La voz que usted esperaba'.
Una voz que generó controversia, pues su tono agudo no era el acostumbrado por los consumidores de la música mexicana, ya que la tendencia era el medio tono o la voz bravía. La herencia de Pedro Infante y de Jorge Negrete era el referente, pero, aún frente a eso –y un cúmulo de deudas–, Vicente salió adelante.
Desde abajo hasta arriba
Era común que en las entrevistas comentara su origen precario, su discurso de que comenzó desde abajo como ayudante de albañil y que su amor por el canto le permitió ser paciente para hacer los acabados del yeso "parejitos", mientras cantaba en las obras a las que después llevó a su papá, don Ramón, para que lo ayudara.
También decía que tuvo que luchar contra el alcoholismo desgarrador de su padre y contra el cáncer de seno que le costó la vida a su madre, doña Paula.
Pero también en corto, don Vicente no solo hablaba de las quinientas hectáreas que mide el rancho 'Los Tres Potrillos', y de los cuatrocientos caballos que tenía. También presumía con orgullo sus más de 2,000 trajes de charro, creaciones de Lucio Díaz Ugalde, que eran sus medallas de las noches que salía a trabajar.
Esos vestidos lo acompañaron por toda América y fueron los auténticos testigos de sus conciertos. Llegaron hasta Colombia, en donde amaban a 'Chente' más que los mismos mexicanos. Él lo llamaba 'El Otro México', un lugar en que era 'el rey'.
Aunque Colombia también le trajo sus complicaciones legales cuando lo vincularon con el crimen organizado, sin contar la acusación de la DEA por tener pistas aéreas en su casa –que por cierto está a menos de 10 kilómetros (6 millas) del aeropuerto–, pero siempre salió limpio de esos señalamientos e incluso esos temas los tomaba con inteligencia frente a los medios, pues aseguraba que la prensa era el conducto adecuado para dejar en claro todos sus rumores.
Siempre franco, contestó abiertamente lo que le preguntaban. Un día lo entrevisté en el rancho Los Tres Potrillos y cuando le pregunté por el cáncer de próstata que lo atacó en diciembre de 2002, me dijo: "Eso es horrible, te debes checar, si no después vas a estar peleando con el esfínter…". Lanzó una pícara sonrisa, después me miró fijamente y me dijo: "No es broma, hay que atenderse".
La disciplina y la lucha libre
Vicente Fernández tuvo también una tremenda disciplina con el dinero: no despilfarró, se istró correctamente, distribuyó en vida y sus últimos años se dedicó a disfrutar.
Igual se le podía ver en un Rolls Royce en Los Ángeles y tener un avión que disfrutó más en sus presentaciones, pues trataba de dormir en su casa. Por ello, cada vez que terminaba un espectáculo, volaba de regreso a Guadalajara.
También fue muy generoso con quien tenía algún tipo de conflicto. Cuentan que la viuda de un periodista que le ayudó en sus inicios lo fue a ver a su rancho para pedirle un préstamo, y don Vicente le dio una cantidad para que no se preocupara por unos meses.
Su generosidad viene de cuna, pues cuando comenzó a ganar dinero decidió que de dos pesos que entraran a su bolsa, uno iba para doña Cuquita (Refugio Abarca), su esposa, y el otro para su mamá.
Con sus colaboradores más cercanos fue igual: ayudó a Felipe Arriaga y Federico Méndez, cantante y productor, respectivamente.
Formaban parte de su vida, eran con él, el trío perfecto, cómplices, amigos y compañeros eternos con quien vivió viajes, triunfos y compartió éxitos como 'De qué manera te olvido' o 'Por tu maldito amor', ambas creaciones de Méndez.
Eran los hermanos de 'Chente', hasta que le fueron arrancados con diferencia de tres días, ennoviembre de 1988. De ambos nunca habló nada por el dolor de perderlos.
Uno, por un asesinato nunca aclarado por las autoridades (Arriaga), y el otro por un misterioso suicidio en los estudios de la CBS, casa discográfica de que la era director artístico (Méndez), gracias a Vicente Fernández.
Una tarde, en el Teatro Blanquita, ícono de la Ciudad de México y el que fuera el escenario de muchos triunfos de Vicente, lo entrevisté para que hablara de otro tópico que no fuera el común, y fue así como terminamos conversando de lucha libre.
Le gustaban las acrobacias, disfrutó al Santo, al Cavernario Galindo y a Black Shadow, y decía que era un deporte que le gustaba. Si bien nunca fue fanático, las luchas eran una referencia nostálgica de cuando mandó hacer su primer traje de charro por 300 pesos.
De las luchas en la arena, que disfrutaba tanto, a las luchas de la vida, a las que atajaba sin echarse jamás para atrás, don Vicente fue un triunfador. No, no de esos que simplemente alcanzan a acariciar la gloria y después se refugian con nostalgia para dedicarse a suspirar por esos otros tiempos.
No, nuestro gran charro nunca se quitó los trajes, en esa señal inequívoca de que los aplausos del público realmente le duraron toda la vida. Y nosotros seguimos aplaudiendo.