¿Aún vives con tus papás? No es tu culpa, es culpa de la evolución (lo dice la ciencia)
Uno de los mayores complejos de la generación millennial es convertirse en adulto y seguir viviendo con sus padres. Lo usual era que al alcanzar la mayoría de edad o terminar la universidad, los pollitos salieran del nido para valerse por su cuenta. Ahora, cada vez son más los que extienden su estadía en la casa de sus progenitores.
A pesar del estigma y prejuicio que existe alrededor de esta decisión, hay una característica de la especie humana que nos demuestra que esto no es tan malo como se cree. De hecho, también es señal de un fenómeno social que nos afecta a todos.
Los humanos somos lentos
En comparación con otros primates, los periodos de crecimiento de los seres humanos se destacan por ser lentos. Un estudio editado por la Universidad de Harvard analizó este fenómeno y encontró que el desarrollo de nuestros cerebros necesita de tanta energía, que el cuerpo debe de crecer más despacio para compensarlo. Por eso la infancia y la adolescencia humana se extienden por periodos más largos que los de otros mamíferos.
Una de las características únicas del cerebro humano es su capacidad de comprender y procesar información abstracta, como confirmó otro estudio de 2015. Esto habilita conexiones entre la información que recibimos, lo que ha permitido una evolución creativa e intelectual. Dichas aptitudes son las que nos ayudan a crear y adaptarnos a sociedades avanzadas y complejas.
Pero justo ahí es donde nos disparamos solitos en el pie.
¿El mundo nos odia?
De acuerdo con un análisis del Pew Research Center, cada vez es más común que los jóvenes adultos vivan con sus padres y por periodos más extensos. En 2016, 15 % de los estadounidenses entre los 25 y los 35 seguían bajo el mismo techo que el resto de su familia. Este porcentaje es casi el doble del mismo segmento de la población, pero en 1964 (8 %).
Este acontecer se repite en el resto del mundo. En 2014, el 48.1 % de los jóvenes entre 18 y 34 años aún vivían con sus papás. En 2012, los millennials japoneses que aún no volaban del nido entre los 20 y 34 años representaban un 48.9 %.
La situación es la misma en Latinoamérica. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que sólo el 4.2 % de los mexicanos entre 20 y 29 viven solos, mientras que un 3.15 % lo hace en pareja. El organismo señaló que estas cifras no son consecuencia de una falta de interés por independizarse, sino por los salarios bajos y las rentas elevadas. En México se estima que una renta puede costar del 40 al 50 % de un presupuesto mensual, y eso sin contar las cuentas del gas, la luz, la electricidad...
El lado positivo de ser un niño por siempre
Entre más compleja y caótica es la sociedad, más tiempo necesitan sus habitantes para adaptarse a ella. Por eso es posible que sintamos que vivimos una segunda infancia al exponernos de frente al "mundo de los adultos".
Los niños se caracterizan por su capacidad (y necesidad) de aprendizaje y adaptación. Por lo que tal vez no es malo tomarse un tiempo más para comprender cómo ser independiente, antes de salirte de tu hogar sin tener la más remota idea de lo que estás haciendo.
Además, esa facultad de procesar pensamientos abstractos y renovarnos cada vez que sea necesarios también se relaciona con la creatividad y la innovación. Así que mantener esa iniciativa infantil de aprender, tal vez nos ayude más de lo que imaginamos a convertirnos en adultos de verdad.
Para mudarte lejos, lejos: