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"Nunca vi nada así": la lucha en una pequeña ciudad en el interior de Puerto Rico tras el paso de María

Utuado, de tan solo 35,000 habitantes, es una de las muchas localidades que a más de un mes tras el paso del ciclón aún siguen sin recuperarse. Esta es la historia de cómo sus habitantes tratan de recuperar la normalidad con la escasa ayuda que les llega.
2017-10-26T16:40:21-04:00
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UTUADO, PUERTO RICO - OCTOBER 18: Local residents watch after a U.S. Army helicopter landed during food and water delivery efforts four weeks after Hurricane Maria struck on October 18, 2017 in Utuado, Puerto Rico. U.S. soldiers and agents delivered supplies provided by FEMA to remote residents in mountainous Utuado. Puerto Rico is suffering shortages of food and water in areas with only 19.10 percent of grid electricity restored. Puerto Rico experienced widespread damage including most of the electrical, gas and water grid as well as agriculture after Hurricane Maria, a category 4 hurricane, swept through. (Photo by Mario Tama/Getty Images) Crédito: Mario Tama/Getty Images

SAN JUAN, Puerto Rico.- Don Sergio Morales tiene 86 años, estatura media y el pelo de un negro imposible para su edad. Nació en el barrio Caonillas del pueblo de Utuado. Don Sergio es dueño de un supermercado en Bayamón –llegó a tener cinco– y hoy, a más de un mes del paso del huracán María en Puerto Rico, volverá a su pueblo como guía de una brigada ciudadana que llevará comida, agua, artículos de primera necesidad y medicamentos al barrio donde fue niño. Más tarde, cuando estemos en Utuado y el sol lo obligue a protegerse los ojos, mirará a su alrededor y dirá: 

Nunca vi nada así.

Mientras tanto, es domingo, 22 de octubre, y una veintena de brigadistas desayuna a las seis de la mañana. Cargan camionetas con las provisiones colectadas a fuerza de donaciones ciudadanas y en breve tomarán ruta hacia Utuado, al interior de la isla, con las instrucciones de don Sergio como único mapa

Varios diccionarios coinciden en definir la anarquía, de manera muy simple, como “la falta de poder público”. Una brigada ciudadana echa mano de esa simpleza. Un grupo de personas comunes y corrientes se reúne y toma el poder. Es decir, actúa donde el gobierno estatal y federal no.

Anamaris Santiago es maestra de teatro y responsable, en parte, de convocar a personas que nunca se habían visto antes de este domingo. Su convocatoria nace de la inconformidad. Los gestos de Anamaris son veloces y a veces parece que hablara de memoria, con esa extraña seguridad que confiere la docencia. “La solidaridad es lo único que va a salvar a Puerto Rico”, dirá una vez llegada la noche.

Utuado está ubicado en el centro del país, tiene una población de 35,000 habitantes y tras el paso del huracán María fue uno de los pueblos más devastados. Casas sin techo, familias aisladas, hambre, falta de atención médica, sed y un sinfín de necesidades son aún por estos días, a más de un mes del desastre, el denominador común de los pueblos del interior. 

Hace apenas 10 días los relatos de aquellos que recorrían el pueblo eran aterradores. En Radio Oro, emisora cristiana local, un agente de FURA (Fuerzas Unidas de Rápida Acción) contó lo difícil que le resultó sobrevolar en helicóptero este municipio por la ausencia de radares. Voló –contó– prácticamente a ciegas sobre la nada. Y es precisamente en esa nada donde acontecen las dolencias mayores luego del paso del huracán. Al bajar aquella vez escuchó la historia de unos niños que abrieron un hueco en la tierra donde antes de María ubicaba el patio de la casa. Adentro enterraron a su abuelo.

Es que abuelito apestaba mucho.

Las cifras oficiales de muertes que el gobierno ofrece relacionadas al paso del ciclón –51 al momento– contrastan con relatos como estos. Varios medios locales coinciden en estimar en cientos el saldo mortal.

Un panorama desolador

En ruta desde San Juan, de a poco les nacen hojas a los troncos que conforman el paisaje del camino. Una paleta del color de la tierra que, sin embargo, a juzgar por el breve follaje que se asoma entre las ramas secas, es más que una certeza: Puerto Rico se recupera a una velocidad inversamente opuesta a la de su naturaleza.

Para llegar al bario Caonillas hay que franquear las dificultades del camino. Cerca serpentea la corriente del río que lleva el nombre del lugar. A ambos lados de la interminable lengua de tierra hay peñascos desprendidos, casas y carros hundidos por derrumbes, árboles caídos y puentes colapsados. Un paisaje desolador que, con la merma de la vegetación, deja al descubierto montañas como picos nerviosos y puntiagudos garabateados por un niño.

También hay pequeños manantiales intercedidos por la comunidad con bambúes que forman varios afluentes de un mismo tronco. Ahí recolectan agua, a pesar de la advertencia estatal por el casi centenar de casos de leptospirosis confirmados. Temprano en la mañana, Adamaris les ofreció a los del grupo una serie de directrices entre las que se encontraba no tener o con ningún cuerpo de agua

Norman Valentín, miembro de la brigada, maestro de Educación Física, carga varias bolsas con provisiones después de haber identificado la primera casa en Caonillas. “Buenos días”, se anuncia. De frente tiene a una mujer temerosa que prefiere no identificarse. Tiene el pelo crespo, oscuro, y pecas sobre la nariz. Norman se presenta y ella sonríe. Detrás de la mujer aparece una niña junto a los ladridos de Barbie, una pequeña perra flaca y amarilla. Los tres conversan y la mujer invita a subir. Arriba, en la penumbra, está la madre, paciente de cáncer. Agradecen y Norman les explica las medidas preventivas que deben tomar con el agua. Abuela, madre y nieta asienten, pero iten no saber qué es eso de nombre tan raro llamado leptospirosis. Hasta que la mujer de las pecas recapacita al instante.

–Ah, sí. Un muchacho del barrio murió por eso del ratón. Diecinueve añitos, tenía.

A su casa, ite, han llegado dos veces de FEMA. Les han lanzado desde el aire agua y comida militar. "¿Dos veces en un mes?", se le preguntó. “Sí”, asintió con la cabeza. A varios palmos de distancia, una anciana le pide con lágrimas en los ojos pañales para su esposo de 95 años paciente de Parkinson a Alice Polo, otra brigadista. La anciana estuvo encerrada en su casa junto a su esposo por dos semanas luego del paso del huracán. Los árboles que cayeron y los derrumbes de tierra obstruyeron puertas y ventanas. Alice, trabajadora social, le ofrece además comida y su abrazo. 

Alice coincide con el resto del grupo en que, si las ayudas gubernamentales no llegan o son insuficientes, les toca a los ciudadanos actuar. De hecho, al llamado de donar provisiones para esta brigada, innumerables personas respondieron de manera avasalladora. En varios días llenaron un apartamento y para esta ocasión trajeron más de 150 bolsas de comida, agua, artículos de higiene, ropa, entre otros. Vistos de lejos, poseen la determinación de las hormigas.

Llegar a una casa puede tomar quince minutos en camioneta. En las subsiguientes el abandono es evidente. En ningún momento nadie en Caonillas menciona ni por asomo el nombre del alcalde de Utuado, Ernesto Irizarry. En cambio, recuerdan la ayuda de ciudadanos que, como esta brigada, llevan suministros cada tanto. Y, en menor escala, la ayuda recibida por la Cruz Roja Americana.

Las camionetas avanzan y, una por una, en una maniobra improbable, llegan a una pendiente. Allí, en una loma, vive María junto a su esposo, un hombre de apariencia ruda, casaca militar y botas altas de goma. María tiene 65, es bajita y de contextura gruesa. Con los ojos húmedos recibe al grupo. 

Son los primeros que llegan.

De los pocos vecinos que hay en la loma, ella fue la única que se quedó junto a su esposo. Todos se fueron y, más que poder comer, su emoción proviene de la simple dicha de ver gente. Enseguida una brigadista le ofrece unas toallas sanitarias. María ataja una lágrima y bromea.

-No, nena. Yo no uso eso hace rato.

El sol abrasa como un fierro candente. A la tarde, en un pequeño rancho los brigadistas comen 'hot dogs' y en sus rostros se dibuja el estupor y una leve alegría por haber cumplido con la jornada. Don Sergio Morales, mapa del grupo, camina en silencio intentando reconocer el paisaje. Con la mano derecha se hace una visera. De Caonillas salió a los 19 años. Y ahora, en este silencio interrumpido por el canto de un par de gallos, reconoce a sus 86 años, lúcido, que el lugar donde creció dejó de existir hace exactamente un mes y dos días.

–Nunca vi nada así.

–¿Cree que esto mejore?

Nada es imposible.

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