Lecciones de 'la masacre de la noche del sábado': por qué funcionó el sistema contra el abuso de poder de Nixon
El 20 de octubre de 1973 por la noche, Archibald Cox, fiscal especial del caso Watergate recién despedido por el presidente Richard Nixon, hizo una declaración que pasaría a la historia. “El Congreso y en última instancia el pueblo americano tienen que decidir si seguiremos siendo un gobierno de leyes y no de hombres”, dijo.
Los paralelismos entre esa jornada conocida como “la masacre del sábado noche” y el despido del director del FBI, James Comey, este martes existen por lo extraordinario de las dos situaciones. En ambos casos, el afectado es una figura independiente del poder ejecutivo y que está investigando la posible conducta inapropiada del entorno del presidente.
Por supuesto, hay que considerar que la investigación del asalto de la oficina del comité nacional demócrata en el hotel Watergate estaba más avanzada que la de la interferencia rusa en la campaña de 2016 y que el centro de atención era ya el presidente. De hecho, el conflicto aquellos días de octubre se debía a que Nixon se negaba a publicar las grabaciones que se había hecho él mismo en el Despacho Oval y que Cox pedía. A diferencia del despido de Comey, el de Cox no fue una sorpresa.
Autodestrucción
Una peculiaridad que une a Nixon y a Donald Trump ante esta decisión es cierta capacidad autodestructiva. Pese a su enredo legal, Nixon, de hecho, estaba sometido a menos presión por el Watergate que durante la primavera de aquel año. Su entorno sabía que tenía ganas de echar a Cox, pero pensaba que no lo haría porque era consciente del peligro. “Nunca lo hará. Los ciudadanos no lo tolerarían”, le dijo un director del FBI interino al fiscal general unos días antes.
Ahora Trump podría haber disfrutado de una relativa tranquilidad intentando defender su reforma sanitaria o centrándose en hacer algún amigo en sus próximos viajes a Europa, Arabia Saudí e Israel.
¿Y ahora qué?
La gran cuestión de 2017 es qué sucede a partir de ahora.
Menos de diez meses después del despido del fiscal especial del Watergate, Nixon tuvo que dimitir. Pero lo que pasó en esos meses también fue extraordinario y no tiene por qué suceder ahora.
En primer lugar, cuando Nixon pidió el despido de Cox, su fiscal general, Elliot Richardson, se negó. El presidente le obligó a dimitir. La petición entonces cayó en el fiscal adjunto, que también se negó y corrió la misma suerte. Finalmente, como jefe interino del Departamento de Justicia, Robert Bork cumplió con la orden de deshacerse del fiscal especial.
Este martes, en cambio, el fiscal general, Jeff Sessions, y su adjunto, no sólo no intentaron parar a Trump en su decisión, sino que escribieron un documento argumentando que su recomendación era despedir a Comey porque, entre otras cosas, había interferido en las elecciones de 2016 al anunciar que estaba anunciandoo a Hillary Clinton en verano y justo antes de las elecciones (Sessions y Trump defendieron esa acción de Comey).
Indignación bipartidista
La indignación contra Nixon fue inmediata, intensa y bipartidista. El senador republicano de Massachusetts, Edward Brooke, por ejemplo, dijo que sólo ese despido era suficiente para abrir un proceso de impeachment contra Nixon.
En las siguientes horas, la comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de Representantes recibió varias solicitudes para abrir el proceso formal de investigación que podía obligar al presidente a dejar el cargo. Para intentar apaciguar a su propio partido, Nixon aceptó nombrar a otro fiscal especial, Leon Jaworski, que se comprometió a investigar al presidente de Estados Unidos y así lo hizo.
Ahora los republicanos están divididos sobre qué hacer respecto a Trump y la inusual situación. Algunos de sus habituales críticos, como Lindsey Graham o Susan Collins, apoyan la decisión del presidente. Otros como John McCain, Ben Sasse o Richard Burr condenan la decisión. McCain ha pedido, como los demócratas, un fiscal especial para investigar las conexiones de la campaña de Trump con el Kremlin.
En 1973, ambas cámaras tenían mayoría de los demócratas, que necesitaban a los republicanos para presionar a Nixon, pero contaban con más herramientas de contrapeso del poder ejecutivo. Ahora la mayoría es de los republicanos y gran parte de lo que suceda depende de ellos. Por ejemplo, el nombramiento del sustituto de Comey.
El nuevo director del FBI tendrá que ser confirmado por el Senado.
Su mandato, mientras no lo eche ningún presidente, es de 10 años, con lo que su nombre es muy relevante en cualquier circunstancia. Pero ahora que tiene en manos la investigación del presidente, una figura de consenso es especialmente necesaria. Técnicamente, necesita 51 votos para ser confirmado y los republicanos tienen 52. Si hay un enfrentamiento con los demócratas depende de ellos hasta dónde quieran presionar a Trump con el nombramiento.
Incluso con Nixon, los republicanos fueron la clave. El 27 de julio de 1974, seis republicanos apoyaron a los demócratas para aprobar el primer artículo de impeachment contra Nixon. Todavía hubiera quedado mucho camino en el proceso, pero ese día Nixon entendió que sólo le quedaba una opción: dimitir.