¡Directo al corazón! Los poemas de amor más hermosos del cine
Suele decirse que nadie es una isla. Bueno, eso mismo puede aplicarse a las obras de arte. Una película, por ejemplo, nunca es un hecho cultural aislado, sino que se nutre, de forma visible o incluso inconsciente, de otras obras o elementos de la cultura pop.
La literatura funcionó como una fuente de inspiración para el cine desde sus inicios, con adaptaciones de novelas espectaculares y otras, no tanto. Pero en algunos casos los guionistas se inspiraron en las obras de grandes poetas para retratar, ni más ni menos, esa experiencia humana que tanto nos desvela: el amor. A continuación haremos un recorrido de los mejores poemas de amor aparecidos en películas.
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos
La poesía con que esta película explora las emociones y la memoria es increíble. Puede que eso tenga algo que ver con que se inspiró, desde su punto de partida (el título), en un poema de Alexander Pope.
Este es, en realidad, un fragmento de una carta a un amor imposible y forma parte del poema « Eloísa a Abelardo». Luego de una trágica historia de amor entre un filósofo (Abelardo) y su alumna (Eloísa), esta última termina como monja en un convento, desde donde le escribe este poema a su esposo.
Allí, Eloísa se refiere a las vestales, unas sacerdotisas romanas que adoraban a Vesta, la diosa del corazón. Para eso, tomaban un voto de castidad y se desligaban incluso de su familia de origen. Frente a su actual situación de desamor y por estar alejada de su pareja, Eloísa envidia la capacidad que las vestales tienen para olvidarse del mundo y su vida anterior, algo que a ella le ahorraría mucho sufrimiento.
De allí surge, justamente, la premisa del filme: personas que, ante el dolor de una ruptura amorosa, deciden eliminar al ser amado de sus memorias.
La sociedad de los poetas muertos
Las referencias a la poesía abundan en este icónico filme. Pero quizás uno de los poemas más hermosos es « O Me! O Life!», de Walt Whitman, y las palabras que el personaje de Robin Williams pronuncia antes de recitar el poema a sus alumnos tampoco se quedan atrás:
Y a continuación cita el célebre poema de Whitman:
En este caso el amor no se expresa hacia una pareja, es mucho más amplio: es el amor a la vida, la pasión por lo que hacemos, las cosas que hacen que queramos seguir viviendo y perseverar a través de las desilusiones y las dificultades.
Sophie’s Choice
Sin lugar a dudas se trata de uno de los filmes que demuestran la maestría actoral de Meryl Steep. En él, Sophie, una sobreviviente del holocausto refugiada en Nueva York, conoce a Nathan, un hombre apasionado que trabaja en un centro de investigación científica. En el comienzo de su relación, Nathan lee un poema de Emily Dickinson mientras ambos se encuentran recostados en la cama.
En este poema Emily Dickinson asocia la idea del amor con la muerte. Por un lado, nos presenta la imagen del lecho conyugal y, por otro, del lecho mortuorio, la cama del descanso eterno. Podemos ver estas alusiones cuando hace referencia al «juicio final» y cuando habla de paz y de tierra, sugiriendo el entierro. En esta línea, también queda claro que la dicotomía amor-muerte es algo que explora este clásico del cine.
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La forma del agua
La película que le valió dos premios Oscar a Guillermo del Toro es de esas historias de amor que amamos ver retratadas en la gran pantalla. Y el final, que se produce en un entorno submarino, le hace honor a esta obra maestra. La voz del narrador nos confiesa: «Pero cuando pienso en ella, en Elisa, lo único que se me viene a la mente es un poema, susurrado por un enamorado hace cientos de años». Y entonces vienen estos versos, de una belleza extraordinaria:
Del Toro comentó en una entrevista que tomó este poema de un libro antiguo de poesía islámica. Según el director, que no recordaba el nombre del poeta, el poema no hacía referencia al amor romántico, sino a la adoración divina.
Luego del estreno de la película muchos internautas se devanaron los sesos en Reddit y Twitter intentando averiguar la autoría del poema. Muchos los atribuían a un poeta místico persa llamado Rumi, pero por fortuna dos bibliotecarios resolvieron la cuestión: el autor de los versos es Hakim Sanai, un poeta místico afgano que produjo su obra entre los siglos XI y XII.
Aunque la autoría de estos versos aún se encuentre en disputa, de algo no queda duda: es una de las cosas más bellas que se han escrito sobre un amor que llena todos los rincones del alma, de la misma manera que el agua toma la forma del recipiente que la contiene.