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Mineros

“Al final del camino se va viendo una luz”: la lucha incansable de una madre cuyo hijo quedó atrapado en una mina hace 18 años

María Trinidad Cantú ha dedicado buena parte de su vida a luchar por dar sepultura a su hijo, cuyo cuerpo permanece atrapado junto al de 62 compañeros tras el colapso en 2006 de la mina mexicana Pasta de Conchos. El reciente hallazgo de restos humanos en la zona hace que su objetivo esté más cerca
Publicado 19 Jun 2024 – 11:58 AM EDT | Actualizado 19 Jun 2024 – 03:51 PM EDT
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La vida de María Trinidad Cantú cambió para siempre el 19 de febrero de 2006.

Ese día, su hijo Raúl trabajaba en la mina de carbón Pasta de Conchos en el estado de Coahuila, en el norte de México, cuando fue sorprendido por una explosión por acumulación de gas metano.

65 de los 73 obreros que estaban en su interior quedaron atrapados y la empresa minera inició las labores de rescate. La mujer se trasladó a vivir a la propia mina, deseosa de estar en el lugar cuando salvaran a su hijo.

Pero las esperanzas de encontrarlos vivos se esfumaron con el paso de los días y la empresa se centró entonces en tratar de rescatar los cuerpos. Un año después, se interrumpieron las labores alegando falta de seguridad para los rescatistas.

Ahí comenzó el calvario para esta madre y el resto de familiares de los mineros, que no descansaron nunca en su empeño para que se rescataran los restos de los trabajadores, se investigara la causa de la explosión y se castigara a los responsables.

Tras años de lucha, una noticia llegó hace apenas unos días: en la operación de rescate reactivada el año pasado por el gobierno mexicano se encontraron restos humanos en una de las galerías a casi 150 metros de profundidad.

Sin poder ocultar su emoción por los últimos acontecimientos, la señora Trini compartió con Univision Noticias su historia y su sueño por poder dar sepultura a su hijo antes de que acabe este año.

***

Me llamo María Trinidad Cantú, tengo 73 años y vivo en Nueva Rosita, en el municipio de San Juan de Sabinas, estado de Coahuila.

Mi hijo Raúl Villasana Cantú tenía 32 años cuando quedó atrapado en la mina de Pasta de Conchos. Estaba muy joven. Era casado, con un hijo de 5 años y dos niñas de 13 y 14.

Él estaba muy bien, vivía de su casa al trabajo y del trabajo a casa. Antes trabajaba en una tienda haciendo chorizos, pero con 22 años se fue a la mina para intentar ganar un poco más de dinero, igual que su papá. Aquí muchas personas trabajan en las minas.

En Pasta de Conchos llevaba trabajando unos siete años. Él se encargaba de rescatar y acomodar las vigas que van sosteniendo el techo.

Desde hacía años se sabía que esa mina era muy insegura. Muy poco antes del accidente, mi hijo le contó a mi esposo lo que les exigían hacer en la mina y él le dijo que eso era algo muy delicado porque se les podía caer en la cabeza.

Mi hijo, en cambio, decía que tenía familia, que tenía que mantenerla y que era el único trabajo en el que se pagaba un poquito más.

Pese a eso, no creo que la empresa les diera las medidas de protección necesarias. Al contrario, los mandaban a un taller viejo para buscar clavos y alambres para apuntalar los tablones con los que sostener el techo de la mina. Había mucha inseguridad.

El día de la tragedia

Aquel día de 2006 yo estaba en Estados Unidos visitando a mi hija. Hacía un mes que no miraba a Raúl, cuando mi otro hijo para decirme que había habido un accidente en la mina. Que "Raulillo" no salía de ahí y que no habían rescatado a nadie.

Regresé enseguida y fui directo a la mina. Allí había un gentío inmenso, yo no sabía qué pasaba y estaba desorientada. Pero la empresa, Industrial Minera México, nos dijo que los iban a rescatar.

Cuando pasaron unos días, empezaron a decir que había sido una explosión enorme y que los cuerpos se habrían desintegrado. Sin saberlo, nos estaban diciendo tantas mentiras que nosotros estábamos muy confundidos.

A los ocho días, la empresa nos dijo que ya estarían muertos. Fue una noticia muy fuerte. Los familiares estábamos en shock, llorando y desperados, impotentes de no poder hacer nada.

Cuando asumí que mi hijo no vivía, confié en que la empresa iba a rescatar su cuerpo. Yo solo quería que me lo entregaran, como estuviera, pero que me lo dieran. Pero no fue así.

Yo me quedé en la mina durante un año. Me planté ahí junto a mi marido para estar en el momento que los sacaran durante las labores de rescate. Con frío, con agua, con aire y todo, nos quedamos ahí a vivir, en una salita que tenían los mineros para descansar. Dormíamos en colchas y volvíamos a casa solo para bañarnos.

Llegaron a encontrar dos cuerpos [su autopsia reveló que murieron por asfixia y no calcinados, como sostenían la empresa y las autoridades]. Mi marido iba a la zona y siempre decía que allí no había habido una explosión de fuego. Que tal vez había sido la acumulación de gas. Y pues, al final comprobamos que era cierto.

Al (cabo) de un año, en cambio, pararon los trabajos. La empresa decía que no se podía seguir por el peligro para los rescatistas y que ya no se podrían rescatar.

Yo creo que el motivo real es que la empresa ya sabía que las condiciones en que habían muerto los mineros eran distintas a lo que se había dicho al comienzo. Que si los encontraban, se podría saber la verdad sobre cómo murieron y las condiciones en las que trabajaban. Por eso incluso acabaron sellando la entrada de la mina, para ocultar toda la verdad.

Que nos dijeran que ya no los iban a rescatar fue muy desesperante. Fue un dolor tan grande por la impotencia que sentíamos… Fue muy tremendo. Más aún para mi marido, que sufría del corazón. Yo comía, bebía y dormía solo porque Dios me sostenía y me dio una fuerza extraordinaria para seguir luchando. Porque nunca desistimos.

Por eso, ya que aquí no nos hacían caso, en 2010 pusimos una demanda internacional [ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos].

"Te juzgan de loca"

Lo que más me ha dolido en todos estos años de lucha es que los gobiernos no te hagan caso y que te juzguen de loca. Así nos consideraron desde que estaba el presidente [Vicente] Fox, cuando sucedió la tragedia, pero que nunca vino acá.

Luego entraron [Felipe] Calderón y [Enrique] Peña Nieto y tampoco vinieron. Se supone que un gobierno está para ayudar a las mejoras del pueblo, no para dejar de oír las quejas de la gente.

Cuando llegó el actual presidente [Andrés Manuel López Obrador], prometió que reactivaría el rescate [que finalmente se inició en 2023]. Yo ya había hablado con él cuando era candidato y me dijo que sí nos ayudaría, pero se tardó años en llegar a la presidencia…

Y por fin, hace pocos días nos dijeron que habían encontrado restos humanos en la mina. Al principio, tomé la noticia muy tranquila, porque al estar acostumbrada a puras mentiras de la empresa, pensé que esta podía ser una más… pero cuando ya el gobierno lo dio a conocer, vi que los podrían rescatar de verdad.

La noticia la tomé en paz y con toda la fe del mundo. La verdad es que fueron como sentimientos encontrados. Reía por ver que se avanzaba con el rescate, pero también lloraba porque, como madre, mi dolor nunca ha terminado ni terminará. Era alegría y tristeza a la vez.

Ahora se les van a hacer todas las pruebas a esos restos para saber a quién pertenecen. Si fueran de mi hijo… supongo que reaccionaría con tristeza, pero a la vez con alegría de poder despedirme y depositar sus restos donde elijamos. Es un dolor muy grande, pero ojalá Dios me conceda la vida suficiente pera ver que esos restos se depositan donde deben estar.

La semana pasada nos reunimos con López Obrador y la futura presidenta, Claudia Sheinbaum, que vinieron acá. Él dijo que dejaba los trabajos en manos de ella para que se rescate hasta al último minero. Creo que sí se va a lograr y seguirán trabajando.

"Estoy muy cerca"

Con mis nietos, los tres hijos de mi hijo Raúl, platicamos seguido sobre él para que no se olvide y lo hagamos presente en cada reunión que hacemos.

Ellos me dan las gracias y me dicen que soy una luchadora. Ahora que se encontraron los restos, lloraron y me dijeron: “Mire, mamá Trini, su lucha y su afán de buscar no han sido en vano, usted nunca desistió de que se rescatara”.

Cuando nos dieron la noticia, ellos también tenían sentimientos encontrados y me preguntaron qué iba a pasar ahora. Yo les dije: “pues al mal tiempo, buena cara; vamos a echarle todas las ganas del mundo para que Dios permita que para finales de este año lo tengamos ya en el panteón”.

En todo este tiempo, mucha gente me dijo que lo dejara, que no iba a conseguir nunca nada. Yo siempre les he dicho que ahí están los restos de mi hijo y que terqueando y poniéndose uno las pilas para exigir justicia, sí se pueden conseguir las cosas.

Pero yo jamás pensé en abandonarlo. Cuando algo le pasa a un hijo, una mamá quiere arañar hasta lo último para poder solucionar sus problemas. Por un hijo, una se tira a morir y busca cómo ayudarlos. Nunca pasó por mi mente el pensar “ya, que se quede”, nunca jamás. Siempre supe que un día no muy lejano, yo lo iba a rescatar.

Y ya estoy muy cerca. Espero que en los meses que quedan en este año, yo lo pueda depositar en el panteón.

Mi marido falleció hace siete años sin ver cumplido nuestro sueño. Él luchaba conmigo, viajaba a todas las reuniones, memoriales… todo. Hasta que se puso muy grave. Cuando vio que realmente ya se iba, me dijo: “échale ganas, tú puedes, estás fuerte, a ver si un día se rescata”. Eso fue lo último que me pidió, y así lo he hecho. Aquí estoy haciéndole frente a la situación.

Ahora creo que mi corazón va sanando poco a poco de del odio que sentía contra la empresa (le tiembla la voz), porque es muy doloroso lo que nos hicieron. Sí, duele mucho. Pero al final del camino se va viendo una luz y ojalá que todo acabe pronto.

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