Los autócratas ya no actúan como Hitler: en lugar de gobernar con violencia, utilizan la manipulación
Los críticos del presidente Donald Trump con frecuencia lo acusan de albergar ambiciones autoritarias. Periodistas y académicos han trazado paralelismos entre su estilo de liderazgo y las de caudillos en el extranjero. Algunos demócratas advierten que Estados Unidos se está deslizando hacia una autocracia, un sistema en el que un líder ejerce el poder sin control.
Otros consideran que calificar a Trump como autócrata es alarmista. Después de todo, no ha suspendido la Constitución, no ha forzado a los niños a memorizar sus declaraciones o ejecutado a sus rivales, como lo hicieron alguna vez dictadores como Augusto Pinochet (Chile), Mao Zedong (China) o Saddam Hussein (Iraq).
Pero las autocracias modernas no siempre se parece a sus predecesoras del siglo XX.
En cambio, proyectan una imagen refinada, evitan la violencia abierta y hablan el lenguaje de la democracia. Visten trajes, realizan elecciones y hablan de la voluntad del pueblo. En vez de aterrorizar a los ciudadanos, muchos usan el control de los medios de comunicación y los mensajes para moldear la opinión pública y promover las narrativas nacionalistas. Muchos ganan poder, no a través de golpes militares, sino en las urnas de votación.
El poder suave de los autócratas de hoy
A inicios de la década del 2000, el politólogo Andreas Schedler acuñó el termino 'autoritarismo electoral' para describir a los regímenes que realizan elecciones pero sin competidores reales. Los académicos Steven Levitsky y Lucan Way usan otro término, 'autoritarismo competitivo', para sistemas en los cuales existen partidos políticos opositores pero los líderes los socavan a trravés de la censura, el fraude electoral y las manipulaciones legales.
En mi propio trabajo con el economista Sergei Guriev, exploramos una estrategia más amplia que los autócratas modernos usan para obtener y mantener el poder. Llamamos a esto 'autocracia informativa' o 'dictadura giratoria'.
Esos líderes no se apoyan en la represión violenta. En cambio, crean la ilusión de que son competentes, defensores democráticos de la nación —protegiéndola de las amenazas externas o los enemigos internos que buscan socavar su cultura o robar su riqueza.
La fachada democrática de Hungría
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ejemplifica este enfoque. Su primer período fue de 1998 a 2002, regresó al poder en 2010 y desde entonces ganó tres elecciones más —en 2014, 2018 y 2022— después de campañas que los observadores internacionales criticaron como "intimidantes y xenofóbicas".
Orbán ha preservado las estructuras formales de la democracia —tribunales, un Parlamento y elecciones regulares— pero sistemáticamente las ha vaciado.
En sus primeros dos años copó el Tribunal Constitucional, que revisa la validez legal de las leyes, con sus seguidores, destituyó a jueces ordenando una rebaja en la edad de retiro y reescribió la Constitución para limitar el escrutinio judicial de sus acciones. También acentuó el control gubernamental sobre los medios de comunicación independientes.
Para mejorar su imagen, Orbán canalizó fondos públicos publicitarios hacia medios de comunicación amistosos. En 2016, un aliado compró el diario impreso más grande de Hungría —y luego lo cerró.
Orbán también ha apuntado a los grupos de activistas y universidades. La Universidad Central Europea, la cuál tiene sedes en Budapest y en Estados Unidos, fue una vez el símbolo de la nueva democracia húngara. Pero una ley que castiga las instituciones extranjeras forzó su reubicación en Viena en 2020.
Aún así, Orbán mayormente ha evitado la violencia. Periodistas son acosados en vez de encarcelados o asesinados. Los críticos son desacreditados por sus convicciones, pero no secuestrados. Su atractivo se basa en la narrativa de que Hungría está bajo asedio —de los inmigrantes, élites liberales e influencias extranjeras— y que solo él puede defender la soberanía y la identidad cristiana. Ese mensaje resuena entre los votantes mayores, rurales y conservadores, al mismo tiempo que enajena a las poblaciones más jóvenes y urbanas.
Un cambio global en los autócratas
En las décadas recientes, variantes de las 'dictaduras giratorias' han aparecido en Singapur, Malasia, Kazajistán, Rusia, Ecuador y Venezuela. Líderes como Hugo Chávez y Vladimir Putin consolidaron su poder y marginalizaron a la oposición con mínima violencia.
Los datos confirman esta tendencia. A partir de reportes de derchos humanos, registros históricos y medios locales, mi colega Sergei Guriev y yo hallamos que la incidencia global de asesinatos políticos y encarcelamientos cometidos por autócratas cayó significativamente desde la decada de 1980 hasta la década de 2010.
¿Por qué? En un mundo interconectado, la represión abierta tiene costos. Atacar a periodistas y disidentes puede llevar a gobierno extranjeros a imponer sanciones económicas y desalentar a las compañías internacionales de invertir. Restringir la libertad de expresión corre el riesgo de sofocar la innovación científica y tecnológica —algo que incluso los autócratas necesitan en las economías modernas basadas en el conocimiento.
Aún así, cuando estallan las crisis, incluso los 'dictadores giratorios' con frecuencia retroceden a tácticas más tradicionales. En la Rusia de Putin se ha reprimido violentamente a los manifestantes y encarcelado a los líderes opositores. Mientras tanto, regímenes más brutales como los de Corea del Norte y China continuan gobernando difundiendo el miedo, combinando encarcelaciones en masa con tecnologías de vigilancia avanzadas.
Pero en general, las 'autocracias giratorias' están reemplazando al terror.
¿Estados Unidos también?
La mayoría de los expertos, yo incluido, concordamos en que Estados Unidos sigue siendo una democracia.
No obstante, algunas de las tácticas de Trump se parecen a las de los 'autócratas informativos'. Ha atacado a la prensa, desafiado las decisiones de los tribunales y presionado a las universidades para que cercenen su independencia académica y limiten las matriculaciones internacionales. Su iración por caudillos como Putin, Xi Jinping en China y Nayib Bukele en El Salvador alarma a los observadores.
En simultáneo, Trump rutinariamente denigra a los aliados democráticos e instituciones internacionales como las Naciones Unidas o la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte).
Algunos expertos afirman que las democracias dependen del autocontrol de los políticos. Pero un sistema que sobrevive solo si los líderes deciden respetar los límites no es un sistema como tal. Lo que importa más es si la prensa, los tribunales, las organizaciones no gubernamentales, las asociaciones profesionales, las iglesias, los sindicatos, las universidades y los ciudadanos tienen el poder —y la voluntad— de hacer a los líderes rendir cuentas.
Preservando la democracia en Estados Unidos
Las democracias ricas como las de Estados Unidos, Canadá y muchos países de Europa Occidental se benefician de instituciones robustas como la prensa escrita, universidades, cortes y grupos de activistas que actúan como controles del gobierno.
Estas instituciones ayudan a explicar por qué populistas como Silvio Berlusconi en Italia o Benjamín Netanyahu en Israel, aunque han sido acusados de manipular las normas electorales y amenazado la independencia judicial, no han desmantelado por completo las democracias en sus países.
En Estados Unidos, la Constitución aporta otra capa de protección. Enmendarla requiere una mayoría de dos tercios en la Cámara Baja y el Senado del Congreso, y la ratificación por tres cuartos de los estados —un obstáculo mucho más difícil que en Hungría, donde Orbán necesitó solo una mayoría parlamentaria de dos tercios para modificarla.
Por supuesto, incluso la Constitución de Estados Unidos puede ser socavada si un presidente desafía a la Corte Suprema. Pero hacerlo arriesga con desatar una crisis constitucional y alejar a los respaldos clave.
Eso no significa que la democracia estodunidense está a salvo de la erosión. Pero las fundaciones institucionales son más antiguas, profundas y descentralizadas que aquellas en muchas nuevas democracias. Su estructura federal, con el solapamiento de jurisdicciones y multiples puntos de veto, hace más difícil para cualquier líder ser dominante.
Aún así, el alza global de las 'dictaduras giratorias' deberían concienciar sobre lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Alrededor del mundo, autócratas han aprendido a poner controles a sus ciudadanos simulando la democracia. Entender sus técnicas puede ayudar a los estadounidenses a preservar la democracia real.
Daniel Treisman es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de California.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation. Si usted desea leer la versión original en inglés puede encontrarla en el siguiente enlace.
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