Debate presidencial: cómo Donald Trump puede hacerle daño a Kamala Harris (y viceversa)
El de este martes es el segundo debate de la campaña presidencial del 2024, aunque tenga a consecuencia del pésimo primer debate que tuvo ante el expresidente republicano). Y, muy probablemente, será el último debate de la temporada.
Si resulta confuso es porque esta ha sido una campaña electoral accidentada y llena de giros sorpresivos. Es la primera vez desde 1968 que el presidente en ejercicio no busca la reelección una vez que ha empezado el proceso de primarias, como hizo Lyndon B Johnson, con la agravante en esta ocasión de que Biden ya había ganado las elecciones internas y solo quedaba que aceptara la nominación en la Convención Nacional de Chicago.
La ungida fue la vicepresidenta Harris, quien se enfrenta a Trump en un careo al que muchos le dan una gran importancia porque podría catapultarla o frenar el impulso que ha venido experimentando su candidatura.
Las encuestas indican que Trump y Harris siguen en una carrera muy cerrada a nivel nacional y en varios de los estados clave que definirán la elección, pero eso solo es una mejora sustancial para los demócratas que veían con Biden una baja de la movilización que lo ponía casi en rumbo perdedor en noviembre.
Esa “luna de miel” de Harris con el electorado independiente es lo que Trump quiere cortar a partir de este debate.
En esta esquina... Trump, en esta otra... Harris
Si fuera una pelea de boxeo, el cartel podría decir que es el choque entre “la fiscal y el criminal convicto”, considerando que el republicano tiene 34 condenas por delitos graves, el primer presidente en la historia del país en ser procesado y hallado culpable por la justicia.
Algunos esperan que Harris use su conocido estilo de sus tiempos de fiscal general de California para “procesar” a Trump y aprovechar sus flancos débiles (en aborto, el ataque al Capitolio del 6 de enero, cuestiones de carácter o sus problemas legales) como no logró hacerlo Biden.
En aquel encuentro, el desempeño desastroso del presidente opacó algunos planteamientos erráticos y las muchas falsedades a las que hizo referencia Trump, pero que no fueron tan auscultados porque la noticia era cómo Biden lució desenfocado e incapaz a veces de cerrar sus ideas.
Pero ganarle a Trump en un debate puede ser difícil, considerando que el expresidente tiene un gran manejo de la escena aprendido en sus tiempos de estrella de ‘reality shows’ y tiene un genio particular para marcar la agenda con declaraciones que luego se convierten en el centro de la cobertura mediática y marcan tendencias en redes sociales.
Como ocurrió con Hillary Clinton en 2016, Trump no tendrá problemas en incurrir en conductas o expresiones que muchos pueden considerar ofensivas a la condición de mujer de Harris o su identidad racial.
Y aunque eso podría satisfacer a su legión de seguidores, hay muchos en el Partido Republicano que aguantarán la respiración esperando que no caiga en esa práctica que lo puede hacer lucir antipático ante millones de votantes (de ambos sexos y diferentes comunidades étnicas).
Trump no es conocido por su disciplina o preparación. Sus actuaciones en los debates, como su estilo de gobierno, suelen estar impulsadas mucho más por el instinto y la improvisación que por un análisis reflexivo y, hasta ahora, eso le ha funcionado bien porque termina marcando la agenda.
Trump y Harris, dos maneras muy distintas de enfrentar un debate
Harris tiene varios días ensayando para el debate en Filadelfia con un equipo de asesores que, como hacen los entrenadores deportivos antes de un partido, ha analizado los careos previos del contrincante y los de la vicepresidenta, para ver qué fallas debe ella corregir.
Pero nada puede prepararla para algún gesto o expresión impredecible de Trump. El expresidente no se deja cercar por el uso o hasta la cortesía en la política y no dirá necesariamente lo que le hayan sugerido sus asesores, sino lo que crea conveniente en ese instante.
Harris y Trump no se conocen. Nunca se han visto las caras. En la noche del debate, además, no se darán las manos en el escenario, como solía hacerse en esos encuentros antes de que el republicano fuera uno de los contrincantes y acabara con las formalidades y cortesía que solían tenerse los políticos estadounidenses.